Título de la obra: KA’A RU – El que trae la selva.
Técnica: Pintura acrílica en aerosol y marcadores acrílicos sobre escultura.
Descripción de la obra:
El «Jaguareté», señor de la selva, es el pariente más sagrado en varias de las culturas, trasciende el tiempo-espacio de distintas formas. Su influencia es tal que es capaz de «tragar el sol» y traer la noche al día.
El tiempo en guaraní se siente distinto. Le decimos Ko’ẽro al mañana. «Si es que amanece» decimos, sin parar a pensar demasiado en lo que estamos diciendo. Nuestra parte guaranítica no reconoce la certeza de la existencia más allá del presente, la concibe de manera cuántica, su tiempo es el tiempo del cosmos, el tiempo verdadero le dicen. No solemos pensar mucho en él desde otra perspectiva que no sea la colonizada. Es tal vez por eso que no solemos acceder al pensamiento de nuestra ancestralidad al respecto del cosmos y nuestro lugar en él.
En ese tiempo el día parece ser la versión reducida de la vida completa del universo, contada desde la aparición de la luz hasta su inevitable desaparición. El ko’ẽ indica el nacimiento del día, de la luz y a partir de ella se definirá el resto de los distintos tiempos del día hasta llegar al origen/final de todas las cosas, el py ha re. Pensar en guaraní es distinto. No se puede pensar sin sentir lo que se piensa, tampoco escucharlo sin sentir lo que se dice. Nuestro ñe’ẽ aparece ligado intrínsecamente a este tiempo más preocupado por la noche y la oscuridad que por la transitoria luz que nos recuerda su finitud y la nuestra, marca inescapable de la realidad en la «tierra imperfecta» que nuestra ancestralidad resiste y sobrevive. Tan fuerte es su conexión con el «Py-Tũ», el aliento de origen (la oscuridad), que en algunos textos se lo describe como «la lengua de los sueños», del inconsciente como origen y destino de todo el universo. Pero justo antes de la llegada del Pyhare, del lugar del origen, nos encontramos en el ka’aru pytũ, la tarde noche que anuncia el inicio de la noche y la llegada de la hora de los sueños. El Ka, el Ã, el Ru, tres partículas fonéticas del ñe’ẽ nos dan en tres sílabas mucho de esta cosmovisión. Ka, usada como hueso, centro o núcleo, entiende al cuerpo como un cosmos en sí mismo, conformado por una multitud enorme de células vivas sostenidas sobre ese esqueleto en comunidad con el «Ã» la consciencia, una sombra que se mueve con la luz. Y el Ru, usado como sustantivo significa «padre» pero como verbo significa «traer».
Y es en esta conjunción, casi mística, que el ñe’ẽ de nuestros ancestrales nos desnuda lo profunda de su conexión con la selva, el cosmos y la existencia humana misma. El Ka’Ã Ru, como tiempo del día es la tarde, la hora en la que la luz transitoria va abandonando nuestro plano para dar espacio al retorno del Ka’a, que es traído a la existencia de nuevo. El esqueleto del ser – Ka’a, la selva – alberga el origen de nuestra cultura. «Ñande ko ka’aguy gua», somos-venimos de ella; imaginar al JaGua ReTé, al señor de la selva, como el que contiene a todo el Ka’a en su interior, sin dudas describe muy cercanamente a la fascinación originaria que genera y nos plantea una aproximación urgentemente necesaria que nos ayude a reconectarnos con ella. En tiempos en los que la selva es poco más que un recuerdo en alguna reserva privada, invocar al pariente más poderoso como su heraldo es un ejercicio de esperanza que nos ofrece un atisbo a la profundidad de un conocimiento ancestral que aún resiste en cada una de las alma-palabras que lo nombran.
Por Simón Cazal
Escultura: Ingrid Seall
Fotografías: Sebastián Sorera y Juan José Villamayor
Video: Con el apoyo de Junior Masi